martes, 29 de septiembre de 2009

48 horas

Después de casi 48 horas en Gabón no puedo dejar de plasmar algunas de las muchas impresiones que he ido experimentando.
Esta mañana he vuelto a vivir la paciencia africana. Para arreglar unos pequeños detalles de mi estudio y ver cómo progresa mi contrato hemos estado junto a Perrine, la profesora de español que cumple dedicadamente su papel de acompañante, esperando a que algo pasara en la escuela. No sabía muy bien qué, ni si la espera solucionaría los asuntos pendientes, pero las distintas personas no paraban de decir: patientez. Es un verbo que no existe en español (o eso creo). Y me pregunto si los franceses lo habrán inventado para los africanos. Reconozco que es una cuestión de aprendizaje, pero está al alcance de cualquiera, incluso de los más impacientes como yo.
Luego he visitado la biblioteca, reducida, pero con toda la colección de cátedra y de historia y crítica de la literatura española. Los encargados de la biblioteca se lamentaban por la humildad del fondo y porque ya apenas los estudiantes lo consultan (¿será la influencia de internet?), pero no he dejado de animarles diciéndoles que esos eran los libros con los que yo estudiaba en la universidad y que sin duda haré consultarlos a mis futuros alumnos. En todo caso los encargados de la biblioteca me han despertado toda la simpatía con su encantadora charla.
Después de trabajar un rato en la biblioteca con su eficaz wifi el jefe ha venido a interesarse por mí. Hemos hablado largamente sobre la situación del país, me ha manifestado su admiración por Francia, pero también la poca reciprocidad a la inversa. Hemos acabado hablando de los mosquitos, de los parásitos del paludismo que transitan por las venas de todos los gaboneses y con un intento de tranquilizarme.
Para acabar, y para no alargarme más, también sobre mosquitos he hablado con Lamiri, un marroquí que vive en Gabón desde hace 15 años. Pero lo que más me inquieta de la conversación es que como aquí hay 12 horas de vigilia y 12 de noche, tenemos menos vida de día y por tanto envejecemos más rápido. La explicación ha sido bastante científica y también me la ha apoyado con el argumento de que los astronautas que viven más lejos de la tierra, como su rotación es más rápida, envejecen más despacio. La verdad es que me inquieta un poco, pero reconozco que aún no lo entiendo, como nunca he entendido la paradoja de Zanón de Aquiles y la tortuga. ¿Alguien lo entiende?

lunes, 28 de septiembre de 2009

Gabón

He escrito ya dos veces esta entrada y se me han borrado misteriosamente. Será algún duende que me ronda por estas nuevas tierras tropicales. Esta entrada se parece más a las múltiples versiones de la realidad de Borges que una redacción de mi diario de memoria.
En fin, decía antes, que acabo de llegar a Gabón, llevo unas horas y todo es nuevo aquí aunque con muchos detalles que me suenan y son familiares. El ambiente me recuerda a otras ciudades tropicales, como Port Louis de Mauricio, algunos lugares de la Réunion o Zinguinchor en Senegal. La vegatación me trae un olor húmedo que casi había olvidado.
Mi memoria también viaja conmigo y hasta ahora ya ha recorrido tres países. En cada mudanza las urgencias prácticas me impiden dedicarle tiempo, pero también de concetrarme. Cada cambio supone un esfuerzo de readptación que demanda sobre todo tiempo. Sin embargo ahora la urgencia es la memoria, tengo que acabarla en un plazo de unas semanas, pongamos unas cinco. Así que no me queda más remedio que organizarme disciplinariamente y trabjar el máximo posible para poder salir airosamente de este proceso. Es necesario poner límites al análisis, a evitar la multiplicación de significados que suele comportar una investigación así que podría parecer simple y rutinaria, pero que se expande como si tuviera alma (y cuerpo) propio. Pero, ¿cómo poner un límite decente?, ¿cómo poner fin?